Minuto de gloria

La teoría de la gloria en la posmodernidad fue enunciada por Andy Warhol. Quizá fuera un gilipollas, porque sólo un gilipollas pudo decir que lo más hermoso de Florencia era un McDonald's; sin embargo, acertó en eso de que todo el mundo podrá ser famoso durante 15 minutos. Cualquiera puede ser el más célebre del universo haciéndose una paja.

Hay minutos de gloria, como el que gozó la joven republicana Laura Pérez cuando en Pamplona le preguntó a bocajarro a Don Felipe de Borbón su postura sobre el referéndum acerca de la Monarquía. El Príncipe intentó explicar su postura y al final, como ella seguía dando la vara, dijo: «Has conseguido el minuto de gloria».

Los minutos de gloria en la Red se llaman trending topic, y van desde el beso de Casillas a Sara hasta la muerte de Carrillo, del Ecce Homo de Cecilia al apagón de Nueva York. Los minutos de gloria de las últimas horas han sido para Javier Bardem por decir que al Gobierno le viene bien tanto paro. Ardió Twitter cuando al actor le contestó Rafael Hernando, del PP: «Hay que ser un gran villano, y no de película, para sostener que al Gobierno le va tan bien con el paro. Frivolidades de millonario residente en Miami».

Bardem, de los bardenes de toda la vida, rojos y pancarteros, acaba de dejar una mano en el Paseo de la Fama; puede ser que el que precise del trending sea Hernando, ya que los políticos están muy desprestigiados. Creo que tiene mérito que un millonario, aunque sea de la ceja, de la «izquierda caviar» o el malo de James Bond en Skyfall, comente que el Gobierno quiere aliviar la deuda de este país con los lápices y los cuadernos de los colegios.

Hoy la popularidad se mide en followers, la gloria es máxima conectividad. Ni siquiera hay que ser gánster o astronauta para alcanzar la gloria, basta con liarse con alguien y contar los secretos del jergón. La fama es como un río que lleva a la superficie los egos hinchados y sumerge los sólidos. Los mitos, las vigas maestras de una civilización, ya no son necesarios. Nada de las proezas o la bella muerte, la pesadumbre de Héctor, que derrotado en las murallas de Troya exclama que no puede concebir la vida sin realizar una hazaña cuyo relato sea conocido por los hombres de mañana.

Antes, para ser afamado había que haber peleado en Rocroi o por lo menos haber matado 1.000 toros. Ortega llegó a decir: «Habría cambiado mi fama por la gloria de los matadores de toros». Ahora basta con meter un gol con el tobillo; por eso los adolescentes que saltan las vallas de Melilla vienen a ser Messi.